Esta separación de ámbitos tiene consecuencias muy desafortunadas. No sólo las materias especiales están vacías de los ingredientes que hacen una vida humana hermosa y digna de vivirse, sino que estos ingredientes están también empobrecidos, las emociones se hacen romas y descuidadas, tanto como el pensamiento se hace frío e inhumano.
[...]
Por citar algunos ejemplos:
En 1610 Galileo da cuenta por primera vez de su invento del telescopio y de las observaciones que hizo con él. Éste fue un acontecimiento científico de primera magnitud, mucho más importante que cualquier cosa que hayamos logrado en nuestro megalomaníaco siglo xx. No sólo se introducía así un muy misterioso instrumento para el mundo de los entendidos (se introdujo para el mundo de los entendidos, porque el ensayo estaba escrito en latín), sino que el instrumento fue dedicado inmediatamente a un uso muy poco común: fue dirigido hacia el cielo; y los resultados, los asombrosos resultados, parecían apoyar de manera clara la nueva teoría que Copérnico había sugerido unos sesenta años antes, y que estaba todavía muy lejos de ser generalmente aceptada. ¿Cómo introdujo Galileo su pensamiento? Leamos:
«Hace unos diez meses llegó a mis oídos la noticia de que cierto holandés había construido un anteojo por medio del cual los objetos visibles, aunque estuviesen muy distantes del ojo del observador, eran vistos con claridad, como si estuviesen cerca. Varias experiencias se contaban de este efecto verdaderamente notable, a las cuales algunas personas daban crédito, mientras otras se lo negaban. Pocos días después la información me fue confirmada por una carta de un noble francés que residía en París, Jacques Badovère, que hizo que me aplicase concentradamente para averiguar los medios por los cuales poder llegar a inventar un instrumento similar [...]».
(citado de Stillman Drake, ed., Discoveries and Opinions of Galileo Nueva York, Doubleday Anchor Books,1957, pp. 28-29).
Empezamos con un relato personal, un encantador relato, que nos conduce lentamente a los descubrimientos, y éstos son referidos en la misma forma clara, concreta y llena de colorido:
«Hay otra cosa -escribe Galileo, describiendo la cara de la Luna- que no debo omitir, porque la vi no sin cierta admiración, a saber, que casi en el centro de la Luna hay una cavidad más grande que todas las demás, y de forma perfectamente redonda. La he observado cerca, tanto del primero como del último cuartos, y he intentado representarla tan correctamente como me ha sido posible en la segunda de las figuras de arriba [...]».
Citado de Drake, ed., Discoveries and Opinions of Galileo , p. 36.
El dibujo de Galileo atrae la atención de Kepler, que fue uno de los primeros en leer el ensayo de Galileo. Y comenta:
«No puedo evitar preguntarme acerca del significado de la gran cavidad circular en lo que yo usualmente llamo el ángulo izquierdo de la boca. ¿Es obra de la naturaleza o de una mano adiestrada? Supongamos que hay seres vivos en la Luna (siguiendo los pasos de Pitágoras y Plutarco me divertía jugar con esta idea, hace tiempo [...]). Seguramente no es contrario a razón que los habitantes expresen el carácter del lugar en que viven, que tiene montañas y valles mucho más grandes que los de nuestra Tierra. Por consiguiente, dotados de cuerpos muy pesados, también construirán proyectos gigantescos [...]»
(citado de Kepler’s Conversations with Galileo’s Sidereal Messenger, traducción de Edward Rosen, Nueva York, Johnson Reprint Corporation,1965, pp. 27-28).
«He observado»; «he visto»; «me ha sorprendido»; «no puedo evitar preguntarme»; «me encantó»: así es como uno habla a un amigo o, en cualquier caso, a un ser humano vivo.
[...]
Comparemos ahora con esto la introducción a un libro reciente, un best seller, Human Sexual Response, cuyos autores son W. H. Masters y V. E. Johnson, Boston, Little, Brown, 1966. He elegido este libro por dos razones. En primer lugar, porque es de interés general. Destierra prejuicios que influyen no sólo en los miembros de alguna profesión, sino en la conducta cotidiana de una gran cantidad de gente aparentemente «normal». En segundo lugar, porque trata de un asunto que es nuevo y sin una terminología especial. También porque trata del hombre y no de las piedras o los prismas. De modo que podría esperarse un comienzo aún más vivo e interesante que el de Galileo, Kepler o Newton. En lugar de ello, ¿qué leemos? Tome nota, paciente lector.
«En vista del obstinado apremio gonadal en los seres humanos, no deja de ser curioso que la ciencia muestre su singular timidez en el punto sobre el que pivota la fisiología del sexo. Quizás esta evasión [...]», etc.
Esto ya no es un modo humano de hablar. Es el lenguaje del especialista. Obsérvese que el sujeto ha desaparecido enteramente. Ya no hay «me sorprendió mucho encontrar» o, puesto que los autores son dos, «nos sorprendió mucho encontrar», sino «es sorprendente encontrar», sólo que no expresado con términos tan sencillos como éstos.
Obsérvese también hasta qué punto se mezclan en el discurso irrelevantes términos técnicos y llenan las frases de ladridos, gruñidos, aullidos y regüeldos antediluvianos. Se levanta un muro entre los escritores y sus lectores, no en virtud de una falta específica de conocimiento, ni porque los escritores no conozcan a sus lectores, sino de la intención, por parte de los autores, de expresarse con arreglo a algún curioso ideal profesional de objetividad. Y este feo, inarticulado e inhumano idioma se hace presente en todas partes y ocupa el lugar de una descripción más simple y directa.
[...]"
Contra el Método, nota 13
Paul K. Feyerabend
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